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La calesita

  • Foto del escritor: Clara DAngelo
    Clara DAngelo
  • 18 abr 2013
  • 1 Min. de lectura

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Parada frente a ella cada sábado, el latido de mi corazón me enseñaba a comprender la ansiedad que genera una inmediata elección.

Había que esperar. La música sonaba por intervalos de  cuatro minutos, era el tiempo con el que contábamos los de abajo, para elegir el vehículo de nuestro viaje.

Ellos, los de arriba, deseaban que la música nunca terminara y generaban la fuerza contraria a mi deseo por subir.

Muchas preguntas en solo cuatro minutos: Cuál de todos? Cuántas vueltas voy a dar? Habrá lugar para mí?  y una certeza: ella me llevaría a encantadores  lugares de fantasía  pero nunca se movería de allí. 

Caballos sin edad, inofensivos leones dorados, carrozas para viajar acompañados, autitos descapotables que me convertirían en conductora  experimentada, cisnes, aviones con una sola hélice, subían y bajaban cautivos dentro de  la bella calesita del zoológico que  giraba frente a mi.

Al detenerse nada ni nadie podía interponerse entre ella y mi urgencia, comenzaba a descubrir el estimulante momento de libertad para elegir.

La opción mas atractiva era y casi sin dudar, el fino caño de bronce que servía de sostén para lanzarme sobre la mentirosa y escurridiza sortija, que si lograba atrapar me daría la alegría de una vuelta más.

Cuatro minutos  de sol y sombra, el viento en la cara, la música  de aquel disco que conocía a la perfección  y  la mirada complice de mi abuelo con nuevos boletos en su mano, son la materia de los fuertes hilos que hoy me reúnen con ella.

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