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Paris

  • Foto del escritor: Clara DAngelo
    Clara DAngelo
  • 28 sept 2017
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 1 abr 2022

“Bebé Rocamadour, bebé, mon bebé. Rocamadour”

Con la R, con la R arrastrada de Cortázar, cada sábado después de la siesta imaginaba Paris.

Su voz invadía mi casa, el áspero ruido de la púa calaba el disco de pasta y casi como un ritual de scones y voces comenzaba el viaje.


“Es así, Rocamadour: En París somos como hongos crecemos en los pasamanos de las escaleras, en piezas oscuras donde huele a sebo, donde la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi, enciende los cigarrillos y habla como Horacio y Gregorovius y Wong y yo, Rocamadour, y como Perico y Ronald y Babs, todos hacemos el amor y freímos huevos y fumamos, ah, no puedes saber todo lo que fumamos, todo lo que hacemos el amor, parados, acostados, de rodillas, con las manos, con las bocas, llorando o cantando, y afuera hay de todo, las ventanas dan al aire y eso empieza con un gorrión o una gotera, llueve muchísimo aquí, Rocamadour, mucho más que en el campo, y las cosas se herrumbran, las canaletas, las patas de las palomas, los alambres con que Horacio fabrica esculturas”


Conocí Paris en el invierno de 1973, tenia 14 años. Mi adolescencia llegaba a esta ciudad impregnada de sus letras, ya leía a Sartre y Simone de Beauvoir, escuchaba a George Brassens y me fascinaban las películas  de Yves Montand y Annie Girardot. La ame ni bien la vi.

Con gamulán prestado, las botas con corderito, gorro de lana y escoltada por mis padres comenzaba esta ruta del conocimiento. Estaba ahí, alcanzando aquellas sensaciones imaginadas, con el oído algo acostumbrado a sus voces, que ahora me rodeaban y se movían cómodamente en la magnificencia de una ciudad para mi en blanco y negro, que me  recibía con todos los colores del Paris en movimiento.

Este fue solo el comienzo y como todo comienzo cargando con la obligación de visitar los clásicos catalogados en las  guías turísticas, para luego al regresar rendir examen sobre lo visto y obtener el titulo del experto turista.

El Arco de Triunfo, acorralado por el vertiginoso transito,  La Torre Eiffel, sublime custodia de  la perspectiva de los campos de Marte, el  Sena arbitro designado para dividir la Rive gauche de la droite e invitar intelectuales y artistas  por aquí, Messieurs - dames por allá. Frente a Notre Dame, tomar distancia, levantar la cabeza y abarcarla con un gracias gigante por haber llegado hasta aquí.

El Louvre, laberinto que nos convoca para descubrir a la enigmática Gioconda de Leonardo, constatar si nos mira, si sueña o si simplemente se ríe hace siglos de nosotros, la Venus de Milo quien no necesita brazos para ser perfecta y la  Victoria alada de Samotracia que nos sorprende con su vuelo. Durante muchos años mi puerta de entrada a Europa fue Paris, en mi casa todos estudiábamos francés, y nuestra francofilia iba aumentando y evolucionando.

Fui dejando de escuchar a Cortázar para escuchar El Principito en la voz de Gerard Philippe, cantaba las canciones de Jacques Brel y en francés despacito empezaba a leer a Camus.

Con el tiempo descubrí aquellas cosas que me gustaban de Paris, sin guías y sin tiempo.

Largas caminatas por el Quai D´Orsay, Champs Elysées y Saint Germain, café y croissants “a la terrasse”  del  Café Flore con el sol de frente y los ojos cerrados, tratando de atrapar un poquito del humo de algún “Gitanes” vecino y adivinar cual era la mesa preferida de Jean Paul y Simone

Estirar las piernas en las sillas verdes del Jardin de Luxembourg, desplegar el paquetito con la baguette  de jamón y gruyere y que las migas caigan sobre el mapa como chinches que marcan al azar la próxima parada.

Sentirme una experta en el  metro, sentarme y gozar del  perverso placer intimo de no ser el laburante que arrastra su jeta de regreso a casa.

Volver siempre a la Galerie Vivienne releyendo “El otro cielo”, ”y con un poco de suerte encontrar a Josiane y quedarme con ella hasta la mañana siguiente.”

Paris, la mas linda de todas, el invierno es su mejor vestido, la primavera  le da la alegría que habitualmente les falta a los parisinos y en verano la noche iluminada es una fiesta.

No importa la edad que tenga, la circunstancia o la compañía, mi relación con Paris es para siempre, es mi adolescencia con discos de pasta, perfumes y mapas de papel, es para  el amor lograr un beso de parado mirando el Sena como en una foto de Robert Doisneau.

Es mi casa con olor a sábado, es mi mama que canta.

Paris es también, mis letras de hoy.



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